Trío de divagadores

Trío de divagadores
(A Irma del Angel y José Antonio)

Baobab: El sueño del poeta que perdió un cabrito en el anochecido rojo del atardecer en fuego de puesta de sol de la segunda mitad de este mes de Octubre. El día dieciocho fue noche de fuego de una excepcional belleza finalizando el ciclo diario. Rojo anaranjado como las patas de Titi,  teñidas de alheña natural que le daba color pelitorojo vistosamente atrayente bien diferente del resto de pelos de su cuerpo blanco con manchas negras. A Titi, le gustaba presumir de su estado de ofrecedor de bello presente y apariencia  humana. ¡Madre que le parió, si existe! En sus manos y pies se podía ver unos sellos, las marcas de  dibujos fascinantes hechos con la misma alheña que llevaba en cada pata. En el sueño del poeta, Titi parecía haber encontrado en el hombre un hombro donde apoyarse justo cuando surgió un acariciante choque entre las barcas de la orilla de la mar revolucionada por el viento norteño que aumentaba su fuerza. El poeta despertó de su sueño y dice: No puedo más, sino, no me levantaré de la silla... ¿alguien para continuar?
Pacha Mamá: Un verso herido por la luna, cobijado por la noche y cantos de grillos acompañando su toque de tambor. El hombre soñando un mundo, el poeta con letras, abrasadas en fuego vespertino, van perdiendo el atino y devorando estrellas con sus brillos, absortas del derroche que en luz de plata bordan su fortuna.
El poeta del tambor con ganas de gritar lo que siente, preguntando a la noche que esconde para él, que oculta en su vientre. El toque del tambor anuncia la noche de siglos que olvido la edad, el poeta toma un pensamiento del aire para entender el hechizo, para saber del fin de Titi, para reclamar su longevidad.
El tambor sigue sonando con rayos de luna, el poeta va haciendo caminos, tiende puentes, teje ilusiones y, en la orillita del día, sus coplas desparramadas, van augurando destinos, arropando corazones, con voces viejas, cansadas. ¿A dónde vas, hombre poeta, en la noche oscura, cuando ilumina el día?.....  
Manantial: Ha perdido sus pasos al apagarse la luz de las estrellas. Ahora vaga escrutando entre las sombras, intentando que un rayo de luz le guie por la senda que conduce a los sueños.
Vaga lentamente. No hay prisa. La luz le ha descubierto el color de la vida sembrada ante sus pies. Respira llenándose los pulmones de olor a campor renacidos y a ríos salvajes cayendo en cascada a lo largo del camino.
Y al cerrar los ojos intuye que tal vez sueño y realidad pueda llegar a estar, a través del indescifrable vuelo de las aves, unidas por algún tipo de magia salvaje que se esconde en las huellas que el caminante va dejando en el sendero cuando avanza sin miedo,... 
Pacha Mamá: Y en ese avance se confunde su nombre con las olas, su voz con el cantar de las gaviotas. Es curioso mirar como el hombre poeta gana altura, y sin miedos recoge sus alas y se lanza en picada al meridiano del mar. Gana altura y se arroja hacia el centro del alma, donde el oleaje le espera....
Baobab: en la confusión de nombres entre olas, se abrió un agujero negro. Lo que el ojo veía sobre ellas, eran reflejos de la nada del todo infinito de la inmensidad negra desde donde, cualquier ojo veía en extra-infrarrojo. Entra poeta y, entró. El cabrito estaba ahí, con la velocidad de la luz con que se anda sin andar, como en un baile de cortejo de visto no visto, confunde si el cabrito era Titi o parecido. Se dio cuenta que él mismo era algo más que si mismo en el agujero, la nada total. ¡Qué más da si le llamo Titi! y, el cabrito Titi, sentado bajo una acacia rumiando humildemente,  era quien que le atrajo a sabiendas y de omnipotente para que le acompañase en unos años luz de contemplación. El poeta no sabía que Titi del agujero se hacía acompañar en todos los atardeceres de su infinita vida por un sujeto de su indexar, daba igual su punto de proveniencia  en el universo bajo sus vibraciones. A cada acompañante, le cambiaba el panorama de su presente según el momento. Al poeta, le tocó una infinitamente inmensa estepa de acacias. Bajo una acacia de copa alta como todas las que había en aquel espacio y empezó la conversación. ! Por qué estos… ¡árboles son de sombrero alto, terminó de preguntar Titi. Y esta cueva arbolada, ¡Cueva arbolada! se exclamaba otra vez el poeta. Sí, contesta Titi: te cuento el por qué de donde te sustraje las acacias ahora, tienen copas de Kilimanjaro. Ahora, te preguntas de dónde cree este cabrito que me sustrajo, bueno, sería desde la marca de la bota de Luis que le faltaba al hexágono Ibérico, aquellas aves unidas por alguna magia salvaje de hasta dónde llega el sueño, hasta dónde lo real presente. La acacia era el imaginario de donde uno no está pero le gustaría estar. No pienso ni pregunto más, te escucho dice el poeta. Titi prosiguió, acacias que antes arán enanas pero, el rebaño de cabras les comía las hojas tiernas además de hacer  frenesí de cabra en sus espaldas. No tenían espinas hasta que en los dolorosos retorcidos durante los ataques, aprendieron a sacar uñas de sus almas al mismo tiempo que estiraban sus troncos buscando la orbitada energía de mí constancia. ¡Tu constancia! Sí, poeta, mí constancia. Desde entonces se transformaron en troncos altos y desgajaron sus ramas bajitas poquito a poquito, en aquel entonces, el rebaño de cabras no sabía quiénes vivían en sus cimas igual que el monte que se subió con pienso y así, la cabra aprendió a saltar muy alto pero siempre bajo la acacia que prestó sus hijos al viento. Mira, la puesta de Marte que vemos desde ésta alta colina de aleaciones de la cueva donde estamos es un reflejo.  ! Un reflejo ¡Un reflejo poeta, un reflejo porque precisamente Marte está encima y detrás nosotros, así, también, te llevas el cómo mirar el sol sin hacerle frente. A un cabrito a quien se le anunció un día que todo su rebaño de familia podía morir en un ataque adverso muy fierro le salió un grito que nunca sospechó que estaba en su adentro, aquel grito que siempre está en espera. Sancho, sabía que diecisiete son ocho de los cuatro costados que lo tiene todo por dentro y fuera la sangre que contagió, corazón que odiaba lo que amaba.

En Ama de Amor el día iluminó el meridiano del mar de Tordesillas. El poeta paseando en su orilla con la mente llena de preguntas, nunca supo si vivió un sueño o una realidad. ¡Tal vez eran los dos constantes que le dejaron  vivo observando! ¡Tal vez pensaba a Pacha y Manantial!



Abdoulaye Bilal Traoré


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